La joven bicicletería rompe el silencio. Un silencio propio de los entes que comparten su misma condición, la de ser una bicicletería. Se decide a hablar por sí misma y sin intermediarios en una multitudinaria conferencia de prensa en un conocido hotel de la zona de Retiro.

"Conocí una bicicletería hermosa en la calle Giribone. Es inteligente, me seduce, me alienta a mejorar, me respeta. La busqué por años y la encuentro ahora, a diez cuadras de casa: me enamoré y le propuse casamiento".
Y continúa "ojo, yo no me caso con nadie, eso lo dejé claro desde el comienzo de mi vida, pero me rompe la pelotas no tener la posibilidad de hacerlo si se me canta. Y esos chupacirios que apoyan a las instituciones fascistas que

ayer llenaron la plaza (sean católicos, judíos, musulmanes, astronautas o sindicalistas) se van a la recalcada concha de su madre. Y no pienso volver a hablar otra vez".
Acto seguido, la bicicletería dejó caer sus ropas y ante la mirada atónita de los periodistas presentes en la sala, se paró sobre la mesa y comenzó a entonar "Si me quieres escribir". Al llegar al verso que dice "Diez mil veces que los tiren/ diez mil veces los haremos", y mientras la joven esquivaba objetos arrojados por los periodistas, se oyó la voz desgarrada de Randy Stollman que desde el fondo del salón completaba la estrofa con el inmortal "tenemos cabeza dura/ los del cuerpo de ingenieros". Ajusticiando a los intolerantes a fuerza de mordidas y puñetazos, y sin dejar de afinar, Randy llega al estrado y se desnuda también, intenta trepar, pero una clara advertencia de su nervio ciático lo convence de que cantar desnudo y puño en alto era suficiente.
Finalizada la canción, ambos agotados, tomaron sus velocípedos y tomaron rumbo al Congreso. A la altura de Talcahuano y Córdoba, Randy mira a su compañera con lágrimas en los ojos y una gota de moco llegándole al labio superior, y le dice: "Laci, ¿te parece que nos vistamos? está fresquito..." La bicicletería gira su cabeza, le clava la mirada y no le quita los ojos de encima hasta la calle Lavalle. "Entendí" dice Randy. Llena sus pulmones con el gélido y viciado aire porteño, le da un trago a su caramañola de Manhattan, y toma conciencia del momento histórico que está viviendo.
Está despejado. Ojalá que en la plaza ya haya mucha gente.
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